¡Feliz Martes a todos! Espero que esten preparados esta semana para una nueva visita de Él. Las obligaciones hacen que pueda escribir menos pero eso no hace que su presencia sea menos intimidante ya que nadie lo olvida.
La Tormenta
«La tormenta... No
quiero hablar de ella. Siento que el pecho me asfixia solo con pensar en esa
noche pero seré justa. No porque Él lo haya dicho, es que os he prometido que
llegado mi final... sea cuando sea... que os contaré mi historia. Tengo que
hacerlo.
Fue durante un viaje.
Era pleno invierno y nos metimos por una de esas carreteras rurales que surgen
de una comarcal. Una carretera de tierra y césped como cualquier otra. Viajaba
con unos amigos hacia una casa en la que nos quedábamos por unos días de
descanso. Hacía un frío que calaba hasta los huesos, llovía sin dar tregua.
Cuando intentamos entrar por el camino sucedió lo inevitable: nos quedamos
atrapados.
Os podéis imaginar la
escena: a pesar de ser temprano no tardamos en hundirnos en el barro y éramos
cuatro personas luchando por poner piedras y quitar barro. La casa estaba cerca
por lo que solo tuvimos que subir andando, buscar algunas herramientas (como
una linterna que no tardó en fallarnos, cuerdas, algunos palos y un cuchillo a
falta de tijeras para cortar las cuerdas). En el ambiente reinaba una mezcla de
emociones. Por ejemplo: el dueño del coche, como es lógico estaba preocupado por el mismo.
En general había una gran preocupación por el coche.
Salvo por mi parte. La
adrenalina y la emoción mantenían el frío lejos. Estaba oscuro como boca de
lobo y el principio del trabajo me tenía tan ocupada que parecía una niña
jugando que una adulta preocupada por un coche atascado. Finalmente fui la
encargada de sujetar el cuchillo y la linterna. Dos trabajando, uno en el
coche. Es la rotación lógica.
Y ahí permanecí yo...
inmóvil bajo la lluvia y el granizo, en medio de ese frío que hasta el aire que
salía por la nariz lo hacía en forma de vaho. Poco a poco éste iba calando más
y más, traspasaba la ropa, la piel, la carne y el hueso hasta anclarse en la
médula pero fue otro frío distinto el que me advirtió de su presencia. Unas
manos que subieron por las piernas hasta llegar a mi vientre.
Excitación.
Miedo.
Mi pecho subía y bajaba veloz al ritmo de los latidos.
Pude sentirlo. El
corazón se aceleró, unas manos de hielo tocando mi espalda tensándola. No quise
girarme. Sabía lo que había detrás, podía verlo sin necesidad de darme la
vuelta. El regusto de la bilis hizo que tragase saliva e incluso noté un
estremecimiento en mi intimidad. Nunca he comprendido del todo esa mezcla entre
el miedo y el deseo. ¿Por qué mi cuerpo reacciona de esa forma? ¿Es por la
adrenalina? Son unos segundos antes de caer en un pánico que me paraliza pero
la sensación es placentera al menos durante un instante.
Me giré, muy despacio
hacia la cuesta que se situaba detrás de mí.
"Lo has visto,
¿verdad?"
Su voz me llenó por
completo. En esa noche como boca de lobo solo se oía el golpeteo de la lluvia,
mis latidos desbocados y su voz cavernosa llenando mi mente.
— Cállate — mascullé
por lo bajo.
Volví a mirar al
frente clavando la mirada en los faros traseros del coche intentando centrar la
atención en la actividad de mis amigos pero las gélidas manos se aferraban a mi
vientre y percibía su aliento en mi nuca como una invitación a mis más
profundos terrores.
"Sé que lo has
hecho, por eso evitas girarte. Esa sombra bajando la cuesta. La notas, puedes
percibirla. Aunque te niegues sientes sus dedos fríos en la espalda..."
— Basta — era un grito
bajo entre dientes apretados.
"... su sisear, la
forma sinuosa de moverse. No te giras porque temes que esté allí. Dime, ¿qué
ves?"
Sonreí. El parásito no
sabía qué temía. Por un instante saboreé la victoria, mi cuerpo se vio
liberado, se sintió más ligero y en el furor discreto de una grandiosa
celebración interna, giré.
Me giré hacia la
dichosa cuesta que estaba iluminada por una única farola y poseía de fondo el
monte, como horizonte la carretera comarcal, distinta a la rural en la que permanecía
de pie. Dos casas antiguas y cerradas, tan oscuras y siniestras como todo lo
que me rodeaba enmarcaban el paisaje. Restos de piedra, madera y vidrio caían
por todo el camino. Los arroyos creados por la lluvia se deslizaban por la
carretera y al final de ésta, o más bien al comienzo, se describía una ligera
curva.
Mi sonrisa desapareció
cuando con paso lento, parsimonioso, un perro gigante de ojos blancos y
afilados colmillos entró en el camino e inició el descenso. Su aliento creaba
fuertes vaharadas, casi podía olerlo. Entre la lluvia se oía el gruñido bajo de
su ronca respiración y su persistente olfateo de bestia hambrienta en busca de
una presa. Necesité parpadear un par de veces para que la imagen desapareciese.
Su ronca risa llenó mi
mente.
"Te conozco mejor
que tú misma."
Apreté la mandíbula
conteniendo un grito de frustración. ¡Cuán poco había durado la victoria!
Volteé hacia el coche, me negaba a mirar el camino del perro negro. No estaba
allí.
"Soy tus miedos
internos, tus deseos más oscuros, aquellos que deseas hacer pero te contienes
de pensar. Soy todo lo que ocultas al exterior y a ti misma."
Un nuevo escalofrío en
la espalda y la nuca me decía que la criatura estaba bajando la cuesta.
Realidad e ilusión se desdibujaban.
"No lo sabes todo",
respondí en otro pensamiento.
No quería girarme, no
quería chocar con la posibilidad de que allí estuviese la criatura
descendiendo. No quería que me vieran hablando sola. La mano que sostenía el
cuchillo comenzó a hormiguear.
"Eso también lo deseas."
Miedo. Terror.
Deseo. Adrenalina.»
¡Espero que hayan disfrutado! Prometo que en breves viene más, no les dejaré con la intriga mucho tiempo, que la tormenta no ha acabado aquí. ¡Nos vemos!
¡Espero que hayan disfrutado! Prometo que en breves viene más, no les dejaré con la intriga mucho tiempo, que la tormenta no ha acabado aquí. ¡Nos vemos!
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